
Cartel del documental Miss-Representation, sobre la imagen de la mujer que lanzan los medios y los efectos que supone.
Hace demasiado tiempo que no solo no hay avances significativos en la lucha por la igualdad entre hombres y mujeres, sino que se están produciendo alarmantes retrocesos. Pareciera que las llamadas de atención de las instituciones públicas, de las asociaciones y colectivos que defienden la igualdad se hubieran convertido en rutina, en un soniquete sin mayor efecto sobre la esfera mediática y las dinámicas que la rigen.
En el ámbito audiovisual, tan afectado por la crisis y el desplome de los ingresos publicitarios, el aumento de oferta no ha conllevado un incremento de la calidad. Y, pese a que es legítimo que radios y televisiones privadas se rijan por el interés comercial frente a las obligaciones de las públicas (divulgación cultural, información y formación), no pueden dejar de lado su obligación de respetar valores fundamentales como el derecho de toda la ciudadanía a disponer de un espacio donde impere la igualdad de oportunidades, donde no se no produzca ningún tipo de agravio sexista.
Sin embargo, ni los profesionales, ni los operadores, ni el sector publicitario han asumido las recomendaciones, informes o pautas encaminadas a erradicar la desigualdad. Nuestro país carece de tradición autorreguladora y el incumplimiento de los acuerdos y de la ética profesional en los medios tiene a menudo un coste irrelevante, que hace que los operadores tengan claro que ciertas malas prácticas salen rentables en términos puramente económicos.
Los recortes y las dificultades económicas se suman a los ancestrales déficits que presenta nuestra sociedad en materia de educación sobre los derechos de la mujer y al arraigo de los valores propagados por el tradicional modelo patriarcal. El resultado se refleja en todos los informes de los que disponemos, que ponen de manifiesto que la mujer sigue siendo invisible para los medios, que su imagen mediática dista mucho del papel real que ejerce en nuestra sociedad.
Nos encontramos ante una realidad, cuyas raíces han invadido los informativos, la publicidad, los programas de entretenimiento, la llamada telerrealidad, y hasta los canales destinados a una audiencia juvenil que están difundiendo en horario infantil estereotipos de género, actitudes machistas, imágenes que cosifican el cuerpo femenino y otros comportamientos que refuerzan la idea de supremacía del hombre sobre la mujer.
Año tras año, las intervenciones masculinas en los informativos superan de largo a las femeninas. Persiste el mensaje de una mujer limitada a ámbitos y roles tradicionalmente femeninos, como responsable de las tareas domesticas, la educación o el cuidado de los hijos, de los enfermos, del hogar familiar.
Para poner freno a esta involución, los poderes públicos deben perfeccionar la regulación para que conceptos como sexismo, estereotipos, dignidad de la mujer o violencia gratuita estén mejor delimitados jurídicamente, de forma que se puedan dar actuaciones más contundentes, sobre todo en un campo especialmente conflictivo como la publicidad, donde el sexismo es más difícil de combatir porque ha adoptado formas más sutiles.
Otra tarea importante, y que está al alcance de cada uno de los ciudadanos y ciudadanas de este país, es conseguir con nuestra actitud personal que el sexismo deje de ser eficaz como condimento de las campañas publicitarias. Si mostramos nuestro rechazo por los productos que se anuncian recurriendo a estereotipos sexistas, estaremos mucho más cerca de la solución del problema. Ser consumidores selectivos y orientar nuestras compras hacia productos que no quieran hacer caja con el machismo.
Esos mensajes discriminatorios no son gratuitos y la factura a la postre es muy, muy cara. Quien consume movido por una publicidad sexista debe saber que es cómplice de graves situaciones de injusticia, como que las mujeres cobren menos por el mismo trabajo, que se les cierren las puertas de los consejos de administración, que se vean castigadas más duramente por el desempleo, que se les abrume con las cargas más pesadas del hogar.
Todos estos ajustes no tendrán la eficacia deseada si no hacemos también un trabajo a medio y largo plazo en alfabetización mediática, sobre todo entre la población infantil y juvenil.
También es fundamental contar con un periodismo de calidad, sin el cual toda democracia se ve resentida. Necesitamos buenos profesionales que sean conscientes y consecuentes con el papel que desempeñan los medios como instrumento de cambio y tengan la osadía de desafiar los criterios más mercantilistas en pos de una sociedad verdaderamente regida por valores cívicos y democráticos.
¿Cómo podemos hablar en puridad de democracia si despreciamos o infravaloramos el papel que las mujeres están destinadas a desempeñar en nuestra sociedad en igualdad de condiciones?
Detrás de cada anuncio machista, detrás de cada informativo donde se ningunea a la mujer, detrás de cada reality estereotipado debería haber un grito unánime de repulsa, una firme actitud de rechazo, porque cuando se trata de defender algo que se encuadra dentro de los derechos humanos y los valores constitucionales, mujeres somos todas y todos.
Alguien dijo que nuestra sociedad es predominantemente masculina, y hasta que no entre en ella plenamente la mujer, no será humana. Y yo añado: nadie nos va a invitar a pasar, hay que echar a andar, cada uno y cada una a su paso, hay que hacer camino juntos y en la misma dirección.
En palabras de Simone de Beauvoir, “No se nace mujer, se llega a serlo”.